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Ten Minutes of Torah

Sueños que Nacen de la Tierra

por Rabina Lea Mühlstein (traducción por Renata Steuer)
«Y soñó, y he aquí que una escalera estaba apoyada en la tierra, y su cima llegaba al cielo; y he aquí que los ángeles de Dios subían y bajaban por ella.» (Gén. 28:12)

La escalera de Jacob no empieza en el Cielo, sino en la tierra. Cuando Jacob huye de su casa y se acuesta usando una piedra como almohada, su visión se eleva desde el suelo que pisa. Rashí, el gran comentarista medieval de Troyes, advierte un detalle llamativo: los ángeles no descienden primero; ascienden. La revelación, en esta lectura, comienza desde abajo. Es la condición humana —el miedo, el deseo, la imaginación— la que impulsa el movimiento hacia el Cielo.

En la mayor parte de la Torá, la revelación desciende desde arriba: en el Sinaí, la voz de Dios truena hacia el pueblo. Pero en Bet-El, el lugar del sueño de Jacob, el movimiento se invierte: la revelación se eleva desde abajo. La visión de Jacob enseña que el encuentro con lo divino puede comenzar en el conflicto humano; la escalera se convierte en un símbolo de la santidad descubierta en el esfuerzo de estirarse hacia arriba.

Avivah Gottlieb Zornberg, erudita contemporánea, al desarrollar el comentario de Rashí, interpreta el resultado del sueño como una experiencia de incorporación de plasticidad. Basándose en el Targum clásico y en el midrash, señala que «Jacob levantó sus piernas… su corazón levantó sus piernas y se volvió ligero de pies». Para Zornberg, «hay una riqueza en la tierra que confiere plasticidad a Jacob… Su movimiento, vertical y horizontal al mismo tiempo, tiene una superioridad paradójica sobre la de los ángeles». Mientras los ángeles ascienden con cautela, Jacob se mueve con libertad: su propia humanidad es una fuente de energía sagrada. La revelación se convierte en un impulso que brota desde el suelo, una ligereza nacida de la fuerza terrenal.

Siglos más tarde, otro sueño judío surgió de la tierra, esta vez en la Viena del ‘fin de siècle’. En los cafés, salones y aulas de la ciudad, pensadores judíos como Martin Buber, Bertha Pappenheim y Sigmund Freud buscaban una renovación moral e intelectual en una época de duda. Era una cultura de imaginación progresista, en la que el judaísmo era reinterpretado a través de la ética, del arte y de la visión social. De ese mismo firmamento surgió Theodor Herzl, un periodista —y no un teólogo— que soñaba con su propia escalera entre la tierra y el cielo.

El libro de Herzl, Judenstaat, y el Primer Congreso Sionista no fueron revelaciones que descendiesen desde arriba; se construyeron desde abajo. Igual que los ángeles ascendentes de Jacob, el sueño de Herzl comenzó con el movimiento humano: reuniones, panfletos y voluntad. Él no soñó con ángeles, sino con delegados, maestros e ingenieros construyendo los peldaños del futuro de un pueblo. Su declaración «Si lo queréis, no será un sueño» convirtió el anhelo en responsabilidad pactada.

Esta teología de la ascensión está en el corazón del Judaísmo Reformista. La creación y la revelación se despliegan a través de la acción humana. La fe se sostiene no esperando milagros, sino actuando. En tiempos de Herzl, pocos judíos reformistas adoptaron el sionismo; muchos veían la idea de un Estado nación moderno como una distracción de la misión ética del judaísmo. Sin embargo, la insistencia de Herzl en que la renovación tiene que comenzar con la iniciativa humana refleja el mismo impulso que anima al Judaísmo Progresista. El Jacob de Zornberg se eleva, ligero, desde la tierra; la Viena de Herzl transformó aquella antigua ascensión en un sueño práctico de un pueblo que se alza con su propia fuerza: la identidad judía se tradujo en imaginación cívica y la ética en estructura. En ambos casos, la revelación no se concede, sino que se lleva a cabo cuando el propósito divino toma forma a través de la creatividad humana.

Un siglo más tarde, en la misma ciudad de Herzl, esa escalera sigue en pie. Aquello que muchos judíos reformistas de su generación rechazaron, sus descendientes ahora lo afirman con convicción. “Or Chadash”, Nueva Luz, de Viena, se incorpora a los cimientos de esta visión. Enraizada en el judaísmo progresista de Europa Central, la comunidad re-lanzó recientemente su rama de sionismo reformista, ARZENU (conocida en Estados Unidos como ARZA). Al hacerlo, “Or Chadash” se alza con firmeza siguiendo los pasos de Herzl, afirmando que el sionismo y el judaísmo progresista no son corrientes opuestas, sino expresiones entrelazadas de una asociación pactada: sueños que se elevan gracias a la iniciativa humana hacia un propósito divino. Su renovación en Viena, la ciudad donde Herzl soñó por primera vez y donde floreció el pensamiento judío, nos recuerda que la revelación sigue ascendiendo desde la tierra.

Cada generación tiene que decidir cómo soñar desde la tierra hacia arriba. ¿Qué escaleras construiremos entre nuestros ideales y el mundo tal como es? ¿Qué más podremos descubrir en la riqueza de la tierra bajo nuestros pies, la misma tierra donde Jacob despertó, Herzl caminó y una nueva luz judía brilla hoy?

La Torá nos recuerda que la revelación no está confinada a un momento en la cima de una montaña; puede comenzar allí donde se encuentran la esperanza humana y la responsabilidad. Cuando nos atrevemos a actuar, animados por un ideario, nos unimos al movimiento que empezó con el sueño de Jacob y continúa cada vez que elegimos ascender.

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