EUPJ Torah

Vayishlach – Español

Ten Minutes of Torah

Luchando por la Identidad

por Rabina Lea Mühlstein (traducción por Renata Steuer)
“Jacob se quedó solo. Y un hombre luchó con él hasta el amanecer. (…) Le dijo: ‘Tu nombre ya no será Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los humanos, y has prevalecido’.” (Génesis 32:25–29)

De noche, junto al vado del río Jaboc, Jacob lucha con un adversario sin nombre hasta el amanecer. El texto nunca aclara quién o qué es —Dios, un ángel, un hermano o él mismo—, pero de ese encuentro sale herido y renombrado. Jacob se convierte en Israel, el que lucha y resiste. En ese momento nace la identidad judía; no del triunfo, sino de la lucha.

Ser Israel es vivir en tensión entre el pasado y el futuro, entre la pertenencia y la diferencia, y entre lo que otros nos exigen y lo que ordena nuestra conciencia. Nuestro pacto no se forja en la serenidad, sino en el conflicto.

En ningún lugar esa tensión fue tan visible como en Polonia, donde la vida judía ha luchado por su visibilidad, legitimidad y supervivencia. A comienzos del siglo XIX, miembros de la élite judía de Varsovia miraban hacia Berlín y Hamburgo, inspirados por el Movimiento de Reforma que buscaba armonizar la fe judía con la modernidad europea. Debatían sobre arquitectura moderna, participación cívica y el uso del idioma polaco en la oración. El rabino Marcus Jastrow, que después escribiría su “Diccionario Talmúdico”, sirvió en Varsovia, en la década de 1850; ya entonces apuntaba para la necesidad de una renovación moral e intelectual dentro del judaísmo. Sostenía que la verdad debía ser más fuerte que la costumbre, porque la revelación continúa a través de la razón.

Pero el contexto polaco era implacable. Bajo el dominio del Imperio ruso, tanto las autoridades como el rabinato tradicional se opusieron a la reforma. A los reformistas polacos en ciernes se les acusó de abandonar la autenticidad judía en busca de aceptación social. Lucharon no sólo con Dios y la modernidad, sino con su propio pueblo. Al Movimiento Reformista de Varsovia jamás se le concedió el permiso para desarrollarse plenamente. A diferencia de Jacob, a los primeros reformistas polacos, a pesar de su lucha, no se les otorgó el regalo de un nuevo nombre ni la bendición que lo acompaña.

Después de la Shoá y de cuatro décadas de comunismo, la vida judía en Polonia parecía extinguida. Sin embargo, igual que Jacob, que se levanta del polvo con un nombre nuevo, los judíos polacos comenzaron a reaparecer. En los años noventa, en Varsovia, un pequeño grupo de judíos se atrevió nuevamente a imaginar un judaísmo basado en la igualdad y el pluralismo. Ellos fundaron ‘Beit Warszawa’, la primera comunidad reformista de la Polonia poscomunista.

Su lucha ha sido tan intensa como la de Jacob. El gobierno polaco reconoce únicamente a la Unión Ortodoxa de Comunidades Religiosas Judías como representación oficial de la vida judía, dejando fuera a las congregaciones Reformistas y Progresistas tanto del financiamiento público como de la legitimidad institucional. Aun así, ‘Beit Warszawa’ subsistió. Sus rabinos formaron líderes locales, tradujeron libros de oración al polaco y construyeron una comunidad que reza, estudia y celebra con su propia voz.

En este contexto, resuenan a través de las generaciones las palabras de Rosa Luxemburgo —pensadora judía polaca que también luchó con la identidad y el poder: “La libertad es siempre la libertad de quien piensa diferente.”

Su afirmación capta la esencia de la lucha del Judaísmo Progresista en Polonia. Construir un judaísmo pluralista en una sociedad que reconoce una sola forma oficial de vida judía es, justamente, reivindicar esa libertad. La concepción de Luxemburgo sobre la libertad como derecho a divergir refleja la lucha nocturna de Jacob. Ambos se niegan a entregar su identidad a quienes se arrogan el derecho de definir a los demás.

Los judíos Progresistas de Polonia recuperaron un espacio que les había sido negado durante mucho tiempo, incorporando lo que declara la Parashat Vayishlaj: no heredamos la identidad plenamente conformada, sino que la construimos a través de la lucha. Cada nuevo amanecer requiere coraje para afrontar lo desconocido, para cargar con nuestras heridas y seguir avanzando.

Para los judíos reformistas de todo el mundo, esta historia polaca plantea una reflexión que va mucho más allá de Varsovia. En nuestras propias comunidades —ya sea en Budapest, Berlín, Buenos Aires o Boston—, ¿no estamos también luchando por el derecho a modelar el judaísmo a nuestra manera? ¿Cómo renovamos nuestra tradición sin perder su profundidad? ¿Cómo permanecemos fieles y, al mismo tiempo, libres? Vivir como judíos reformistas es habitar el nombre Israel: luchar con Dios y entre nosotros; poner a prueba las formas heredadas y mantener vivo el pacto haciendo espacio para la libertad y la divergencia. Quizá nuestra bendición no provenga de la certidumbre, sino de la determinación de permanecer en la lucha.

Ser Israel es luchar con Dios y con la humanidad, y resistir. El Movimiento Progresista polaco, insistiendo en la dignidad, el pluralismo y la renovación, se sitúa en esa misma línea. Sus integrantes llevan la cojera de Jacob y su bendición: una fe probada, transformada y viva.

En una tierra donde antaño se declaró imposible la modernidad judía, su mera existencia proclama: “luchamos, y seguimos aquí.”

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