Mikeitz – Español
De pie, desprotegido, pero lleno de espíritu
por Rabina Lea Mühlstein (traducción por Renata Steuer)
En el antiguo relato de José encontramos una paradoja llamativa. Los cortesanos del faraón, epítome del poder y el prestigio, son apartados en favor de un esclavo extranjero sin credenciales aparentes. Sin embargo, es precisamente la ausencia de títulos, linaje y autoridad terrenal de José lo que lo convierte en un candidato idóneo para gobernar Egipto. La vulnerabilidad de José se transforma en el medio a través del cual lo divino se hace visible. Como nos dice la Torá:
«Dijo el faraón a sus cortesanos: “¿Acaso podremos encontrar a otro como este, un hombre en quien esté el espíritu de Dios?”. Y dijo el faraón a José: “Puesto que Dios te ha hecho saber todo esto, no hay nadie tan perspicaz y sabio como tú. Tú estarás al frente de mi palacio…”» (Gén. 41:38–40)
Ruth Brin —poeta judía estadounidense pionera, cuya obra funciona como una suerte de midrash moderno— lee los momentos bíblicos a la luz de las experiencias vividas del pueblo judío. A este pasaje le otorga una formulación teológica particular. En su poema sobre José, publicado en The Torah: A Women’s Commentary, escribe:
«La desnudez de José ante el faraón era una desnudez que a la vez expone y protege… la desnudez del judío en la historia… ni para huir ni para abrazar, sino para aceptar, si llega, como lo hemos hecho en cada época».
La imagen de Brin es precisa. No describe una humillación, sino un estado de desnudez espiritual en el que nada se interpone entre el yo y la verdad. En la imaginación bíblica, los encuentros decisivos suelen producirse cuando una persona se presenta sin protección: Moisés —que aparecerá más adelante en el libro del Éxodo— se encuentra con lo divino ante una zarza ardiente en el desierto, tras dejar atrás el poder y el privilegio de la corte del faraón. José, por su parte, se presenta ante el faraón sin otra identidad que su clarividencia. Brin entiende este momento no solo como el instante de José, sino como una condición recurrente de la existencia judía: a lo largo de la historia, los judíos se han encontrado una y otra vez expuestos de este modo —ni completamente protegidos ni del todo impotentes—, obligados a mantenerse con claridad y valentía en el espacio que queda.
La psicología contemporánea ofrece un lenguaje paralelo para describir lo que plantea Brin, iluminando la fortaleza interior que puede surgir en los momentos de exposición. A partir de años de investigación sobre la resiliencia humana, la doctora Brené Brown define la vulnerabilidad como «el lugar de nacimiento del coraje». Su aportación ayuda a nombrar la fuerza presente en esos momentos de exposición; sin embargo, Brin señala algo históricamente más específico: a lo largo de la historia judía, la claridad no ha surgido con frecuencia de la seguridad, sino de vivir con verdad en condiciones que no pueden controlarse.
Esta dinámica —la claridad conquistada en condiciones de exposición— no es solo bíblica o psicológica; está entretejida en toda la historia judía. Los judíos llegaron a Roma en el siglo II a. C., donde formaron una de las comunidades continuas más antiguas de la diáspora. Su supervivencia nunca quedó pendiente de una protección estable. Ya fuera bajo el Imperio o bajo la Iglesia, su estatus cívico cambió repetidamente y, aun así, desarrollaron una cultura judía italiana distintiva, marcada por la curiosidad intelectual, la creatividad teológica y un profundo arraigo local.
Los guetos de la temprana modernidad en Venecia, Roma, Florencia y otras ciudades italianas hicieron literal esta condición. El encierro fue real, pero también lo fue la vitalidad cultural que floreció dentro de aquellos muros. Los judíos italianos vivían cerca del poder, pero fuera de su amparo. Su identidad se mantuvo bien definida precisamente porque nunca estuvo completamente aislada.
Ni siquiera la emancipación resolvió la precariedad de la pertenencia. En 1938, la Italia fascista promulgó leyes raciales que expulsaron a los judíos de las escuelas, las profesiones y la vida pública. Comunidades profundamente entrelazadas con la cultura italiana quedaron de pronto desprotegidas. La «desnudez» de Brin se convirtió en una realidad legal. Y, sin embargo, tras la Shoá y la guerra, los judíos italianos reconstruyeron una vez más sus comunidades —con los ojos abiertos y sin ilusiones—. Como escribió Primo Levi, superviviente de Auschwitz y una de las voces judías italianas más relevantes de la posguerra: «Si comprender es imposible, conocer es necesario». La renovación no nació del olvido, sino de un conocimiento lúcido de la inestabilidad del poder y del rechazo a confundir seguridad con identidad.
Es a la luz de esta larga historia de resistencia como debe entenderse la emergencia del judaísmo progresista italiano. Lejos de ser una innovación importada, constituye la expresión más reciente de una voz judía italiana forjada en la claridad que nace de la exposición. La comunidad Lev Chadash, en Milán, que pronto celebrará su 25.º aniversario, ha creado un judaísmo igualitario, intelectualmente riguroso y espiritualmente acogedor: una forma de vida judía que se expresa con confianza en una sociedad de mayoría católica. La Federazione Italiana per l’Ebraismo Progressivo (FIEP), equivalente italiano de la URJ, se aproxima a su décimo aniversario, aportando coherencia y reconocimiento a comunidades de Milán, Roma, Florencia y otras ciudades, al ofrecer una estructura nacional basada en la apertura y la igualdad.
Estas comunidades no reclaman la comodidad de los números ni el dominio institucional. Eligen la presencia. Su voz no es defensiva, sino articulada, y contribuye al discurso público italiano con claridad ética. En ello evocan a José: de pie, sin armadura, lo suficientemente arraigados como para que la verdad pueda ser escuchada.
Vistas a través del prisma de Brin, su existencia no es ni triunfalista ni frágil. Cuando una comunidad se sostiene sin la ilusión de un poder que la garantice, lo que queda a la vista es lo esencial: los propósitos, el estudio, la integridad y una conexión viva con Dios.
‘Mikeitz’ nos deja una invitación desafiante: preguntarnos qué llegaríamos a ver —en nosotros mismos, en Dios, en nuestras comunidades— si nos atreviéramos a permanecer como José, desprotegidos y con verdad, permitiendo que emerja la claridad espiritual.