B’reishit – Español
B’reishit y la valentía de recomenzar
por Rabina Lea Mühlstein (traducción por Renata Steuer)
“Dios dijo: ‘Que haya luz’; y hubo luz. Dios vio que la luz era buena, y separó la luz de la oscuridad... Dios vio todo lo que había hecho y, en efecto, era muy bueno.” (Génesis 1:3,31)
Al inicio de la Torá, la creación sucede no solo con ritmo, sino también con propósito. Dios pone orden en el caos y se detiene a contemplar: la luz es buena, los mares son buenos, la Tierra es buena. Sin embargo, solo al final del capítulo, cuando la humanidad es creada, Dios contempla el conjunto y lo llama tov me’od — “muy bueno”.
Rashi (1040-1150), el más célebre comentarista de Europa, explica que este juicio final se debe a la propia humanidad. Los seres humanos son capaces tanto de bendecir como de destruir, pero es su libertad la que completa la creación. Para Rashi, el mundo no es verdaderamente “muy bueno” hasta que incluye criaturas capaces de elegir, actuar y asociarse con Dios para modelar lo que está por venir.
Sobre esta intuición medieval se alzan los pensadores judíos modernos, que siguen poniendo el acento en la responsabilidad humana. Franz Rosenzweig (1886-1929), uno de los más influyentes filósofos judíos de Alemania, enseñó en La estrella de la redención que la creación no es un acontecimiento concluido, sino un proceso en desarrollo. Dios no termina la creación en el Génesis; esta continúa mientras los seres humanos asuman su responsabilidad hacia el mundo. Para Rosenzweig, tov me’od nombra una creación abierta, a la espera de que nosotros nos unamos a completarla.
La visión de Rosenzweig, aunque distinta de la ideología reformista, resonó en una Alemania transformada por el nacimiento del Judaísmo Reformista. Frente a la emancipación, el pensamiento ilustrado y las convulsiones de la Europa moderna, pioneros como Abraham Geiger (1810-1874) y Samuel Holdheim (1806-1860) contemplaron la práctica judía heredada y se hicieron una pregunta paralela: ¿Qué es la luz aquí? ¿Qué puede considerarse bueno?
Los primeros reformistas observaron el legado de la tradición judía como un torbellino de luz y sombra, de posibilidades y limitaciones. Procuraron poner orden en ese vasto legado, elevando aquello que conservaba un poder moral duradero y dejando atrás prácticas que oscurecían la esencia ética y profética del judaísmo. En sus sermones, libros de oración e instituciones, insistieron en que el judaísmo podía renovarse. Esa renovación no debía implicar desechar el pasado, sino iluminar sus verdades más profundas y proclamar que eran “muy buenas” para una nueva era.
Décadas más tarde, el teólogo reformista estadounidense Eugene Borowitz (1924-2016) expresó este mismo impulso en términos del pacto. Para Borowitz, el pacto no se basa exclusivamente en la obediencia, sino también en el diálogo. La invitación de Dios a Israel queda incompleta sin la respuesta humana. La bondad divina sólo cobra vida cuando las personas la encarnan en sus decisiones. Siguiendo el legado intelectual de los pioneros del Reformismo Judío alemán, Borowitz hace eco tanto de Rashi como de Rosenzweig: la bondad de la creación —y la del judaísmo— se realizan a través de la asociación (partnership).
Empezar de nuevo nunca es fácil. Más de cien años después de la muerte de los primeros pioneros del Judaísmo Reformista, una nueva generación de visionarios —entre ellos, mi padre— asumió la misión de resucitar el Judaísmo Reformista en Alemania tras la Shoá. Como los primeros reformistas, su valentía residía en la determinación de juzgar, afirmar y confiar en que un judaísmo renovado podría ser llamado tov me’od. Actuaron con coraje no solo para preservar, sino también para crear y asociarse con Dios en la tarea de moldear un futuro judío para sus hijos y nietos. Así establecieron un movimiento reformista judío vibrante y moderno para el siglo 21 en Alemania.
Hoy vemos esa misma valentía resonar más allá del Movimiento Reformista. Tamar Ross (nacida en 1938), filósofa israelí contemporánea perteneciente al ámbito ortodoxo, ha sido profundamente influida por esta idea de la revelación y la creación en curso. En su obra Expandiendo el palacio de la Torá, Ross sostiene que la revelación es acumulativa: cada generación amplía la comprensión del significado de la Torá al añadir nuevas voces y nuevas perspectivas. Lo que en la Alemania del siglo 19 fue una idea radical se ha convertido en un principio central del pensamiento judío contemporáneo: la convicción de que el pacto con Dios no está congelado en el pasado, sino que se realiza a través de la participación humana.
Leída junto a B’reishit, la enseñanza de Ross resulta profundamente impactante. Dios declara la creación “muy buena” no porque esté terminada, sino porque nos ha sido confiada. En cada generación, el papel de la humanidad es expandir la promesa de la creación, recomenzando una vez más en nuestro propio tiempo.
Así pues, este año, al volver a B’reishit, ¿qué luz queremos aportar? ¿Dónde debemos separar la oscuridad de la bondad en la vida judía y en el mundo? ¿Cómo definiremos, hoy, lo que es tov me’od para nuestras comunidades?
El primer capítulo de la Torá no es solo un recuerdo del nacimiento del mundo; es también un mandato para cada generación. Ver la creación como “muy buena” es aceptar la valentía de la asociación. En Alemania, hace casi dos siglos, el Judaísmo Reformista nació de esa valentía. Nuestra tarea es continuarla: crear, discernir y recomenzar, para que, en nuestro tiempo, el mundo pueda ser nuevamente juzgado como tov me’od — “muy bueno”.