EUPJ Torah

Vayigash – Español

Ten Minutes of Torah

Rescate en un mundo fracturado

por Rabina Lea Mühlstein (traducción por Renata Steuer)
«Entonces José dijo a sus hermanos: “Yo soy José. ¿Mi padre todavía vive?”… “No os angustiéis ni os reprochéis por haberme vendido aquí, porque fue para preservar la vida por lo que Dios me envió antes que a vosotros”». (Gén. 45:3–5)

El punto de inflexión de la parashá Vayigash no es la revelación de José, sino la interpretación que él mismo ofrece de su sufrimiento. José no niega el daño que le hicieron. Más bien, como señala la profesora Naomi A. Steinberg en The Torah: A Women’s Commentary, realiza un acto de coraje interpretativo: replantea la herida como responsabilidad. Sus palabras no son de resignación ni de piedad; son un intento deliberado de crear un vínculo allí donde había reinado la ruptura. José encarna un tipo de acción moral en la que la memoria no se borra, sino que se pone al servicio de la vida.

Esta capacidad de sostener el dolor sin permitir que se endurezca en venganza está en el corazón de la parashá. La afirmación de José —«Dios me envió antes de vosotros para preservar la vida»— no es una explicación teológica, sino un replanteamiento ético: la elección de convertir el trauma en una fuente de deber.

Un acto paralelo de replanteamiento ético tuvo lugar en Europa en octubre de 1943, cuando los judíos de Dinamarca se enfrentaron a una deportación inminente. Tras haber sido protegidos durante tres años bajo la ocupación alemana, los judíos daneses tuvieron conocimiento de los planes nazis para detenerlos en Rosh Hashaná. Lo que siguió fue uno de los raros momentos de la historia europea en los que una sociedad entera actuó con una claridad moral asombrosa. Pescadores, profesores, médicos, clérigos, comerciantes y vecinos —miles de ciudadanos corrientes— se movilizaron en cuestión de días. Escondieron a familias en sus casas, las trasladaron en barcos pesqueros y embarcaciones de remo a través del estrecho de Øresund y se negaron a tratar a sus compatriotas judíos como prescindibles.

El rescate danés no fue obra de héroes en un sentido mítico, sino de un pueblo que se negó a renunciar a sus principios éticos bajo la ocupación. Pocas historias ilustran mejor la reflexión de Ruth Bondy, escritora israelí nacida en Chequia, que capta una verdad profunda, probablemente inspirada en una cita de Camus en “La peste”. Sus palabras, traducidas del alemán, dicen: «No es heroísmo lo que debemos buscar, sino decencia humana en tiempos en los que la decencia está prohibida». Bondy, superviviente de Theresienstadt y Bergen-Belsen, comprendió que el acto humano más infrecuente en situaciones extremas no es el sacrificio, sino la firmeza inquebrantable: la negativa a conformarse con la crueldad cuando el conformismo parece más seguro.

Los hermanos de José se presentan ante él dominados por el miedo. Según toda lógica convencional, él habría tenido razones de sobra para rechazarlos. Dinamarca, de modo similar, se encontró ante un momento en el que la autoprotección habría sido el camino más fácil. Sin embargo, los daneses aceptaron el riesgo para preservar la vida. Eligieron una expresión moderna de la actitud adoptada por José en el Génesis: verse a sí mismos como depositarios de la responsabilidad de preservar la vida.

Casi toda la población judía de Dinamarca en 1943 —más de 7.500 personas— alcanzó la seguridad al cruzar las estrechas aguas hacia Suecia. No obstante, ese cruce fue solo el primer movimiento de un proceso más amplio. El papel de Suecia en esta historia no fue menos significativo, aunque a menudo reciba menos atención. Suecia, aun manteniendo su neutralidad durante la guerra, tomó la decisión consciente de acoger a los refugiados daneses y protegerlos. Las autoridades suecas proporcionaron atención médica, permisos de trabajo, vivienda y estatus legal. A medida que la guerra se acercaba a su fin, el país se convirtió también en un centro de operaciones humanitarias, entre las cuales la más conocida fue la misión de rescate de los Autobuses Blancos, encabezada por el conde Folke Bernadotte, que trasladó a miles de prisioneros de campos de concentración —judíos entre ellos— a un lugar seguro en suelo sueco.

Si Dinamarca representa el momento de la acción, Suecia representa el momento de la reparación: el espacio en el que se atendieron las heridas, se reconstruyeron comunidades y se preservó la vida más allá de la huida inicial. En términos de José, Dinamarca tomó la decisión de actuar; Suecia asumió la tarea de sostener a quienes habían atravesado la catástrofe.

Ruth Bondy advirtió contra la memoria selectiva, es decir, contra la tentación de reducir la historia a sus horrores o a sus redenciones. «La memoria no debe ser selectiva», escribió. «Debe incluir las chispas de generosidad junto al abismo». El rescate de los judíos daneses y su acogida en Suecia se alzan como esas chispas: frágiles, luminosas y éticamente claras en un tiempo en el que la mayoría de las decisiones estaban envueltas en la ambigüedad moral.

Estos hechos no invitan al triunfalismo. Nos recuerdan, más bien, que el rescate nunca es un acto abstracto. Depende de que individuos e instituciones elijan asumir la responsabilidad hacia quienes son vulnerables. En la Escandinavia actual, pequeñas comunidades judías progresistas siguen reuniéndose en Estocolmo, Copenhague y otras ciudades, no como herederas del heroísmo, sino como portadoras silenciosas de un legado en el que la acción humana importó más que la ideología.

La parashá Vayigash ofrece un modelo bíblico para esta forma de actuar. José no afirma que su sufrimiento haya sido bueno; insiste únicamente en que su sentido debe ser orientado hacia la vida. Dinamarca y Suecia, juntas, pusieron en práctica una versión de esta enseñanza: frente a la crueldad, eligieron preservar la vida, acoger a los desplazados y asumir la tarea de protegerlos.

La parashá nos invita a reconocer que la responsabilidad ética suele emerger en tiempos de ruptura. La preservación de la vida rara vez es dramática; se compone de decisiones tomadas en cocinas, puertos pesqueros, puestos fronterizos y salas de hospital. El poder moral de la historia danesa y sueca reside precisamente en su cotidianidad: la determinación silenciosa de actuar cuando actuar era decisivo.

En cada generación heredamos este mandato: transformar la ruptura en deber y asegurarnos de que nuestras decisiones hagan inclinar el mundo hacia la vida.

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